domingo, 25 de diciembre de 2016

¡Feliz Navidad, bobalicón Estado mexicano!

¿Y qué hace el Estado mexicano, específicamente el gobierno de la CDMX, para castigar a los borrachos que conducen automóvil en esta época de fiestas decembrinas? Les ofrece una cena navideña diversa y agradable, en vez de azotarlos como perros y castigarles la espalda como hacían los romanos con los criminales.

Las personas que conducen ebrias no sólo atentan contra su propia vida y la de quienes los acompañan, atentan contra la vida de viandantes, ciclistas y todos aquellos que tengan la mala fortuna de cruzarse en su camino. Un borracho en automóvil es la muerte, y más si quienes conducen son de por sí personas altaneras e imprudentes que  no hacen caso a quien les increpa sobre su mórbida forma de conducir.

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Un borracho en automóvil está en proceso de cometer homicidio1. Tarde o temprano un borracho en auto matará a alguien. ¿Cómo se supone que tales personas aprenderán la lección si en vez de reventarles la espalda a palos, se les ofrece amistosamente una cena con ensaladas, pastas y ponches para que no pierdan su Navidad2?

(Funcionario mexicano del estado de NL, Félix Coronado Hernández)
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Reitero, el delito no debería consistir en manejar en estado de ebriedad, sino en algo parecido a intento de homicidio. Si el Estado castigara a los infractores de acuerdo a eso, veríamos cómo en 3 segundos los ciudadanos respetarían las leyes y reglamentos, pensando 7 veces las cosas antes de intentar conducir su auto después de beber.

Pero como el castigo que se prevé para alguien que conduce en estado de ebriedad es tan leve (unas cuantas horas de arresto, con opción a ampararse inmediatamente para ir a cenar a su casa en Navidad), ni los niños tienen miedo de ser detenidos por la policía. Yo creo que nadie jamás había observado semejante tolerancia ridícula a infringir las leyes y reglamentos.

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Por esta tolerancia méndiga del Estado mexicano ante una sociedad perra y desobligada, es que la gente tira basura en la calle, se pasa los semáforos en rojo y no levanta las heces que sus perros defecan en la bendita calle. Con esto dicho, feliz Navidad a todos ustedes, borrachos, y que tiren con bien en la calle la basura que no pueden guardar en los bolsillos de sus pantalones.





1 Penalmente, el homicidio consiste en matar a una persona sin que haya intención de hacerlo.
2 Esto es cierto, los centros de detención (toritos) ofrecerán un menú que incluye tales manjares y otros más para la noche del 24 de diciembre.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Disertaciones sobre los "pelados" de barrio

Si alguna vez han vivido en alguna colonia de clase baja, habrán advertido que muchos de los vecinos no cambian nunca. Siguen siendo los mismos que cuando niños, ahora a los 30, 40 ó más años.

En esas personas no se advierten cambios importantes de lenguaje o en relación a los gustos musicales o a las amistades, y desde luego a la educación. Por tanto, para muchos de ellos, a los 16 años (por poner un número) la evolución paró. Dejaron de adquirir vocabulario nuevo, y su vida comenzó a andar como sobre un riel de tren, tan recto y monótono como fuera posible.

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Tales personas no adquirieron el gusto por otros deportes más que el que conocieron cuando niños (como el futbol mexicano). Lo mismo puede decirse de la música: su gusto quedó encerrado en el ámbito de lo vulgar. Otros más, los peores, siguieron bebiendo alcohol como cuando jóvenes y juntándose en pandillas de barrio, y después de 10 ó 15 años se les sigue viendo ansiosos por las fiestas y las reuniones sociales, igual, igualito que cuando eran adolescentes.

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El tiempo, solo, no cambia a nadie. El tiempo necesita de otros elementos para modificar a las personas. Como no puedo hablar de nadie con seguridad más que de mí mismo, anotaré una experiencia propia muy simple. Durante los primeros semestres de la Universidad no leía otra cosa que a los griegos. Sócrates y Platón me hablaban todo el tiempo de lo bueno, del bien, tanto, que sin darme cuenta llegó el momento en que yo mismo pensaba así. A partir de ahí se metió en mi cabeza la idea de que yo tenía que ser un vigilante del bien y de la forma correcta de obrar, si no en los otros, al menos sí en mi propia persona. Desde entonces, y por poner un ejemplo cualquiera, si acaso llegaba a toparme con un letrero de no pase o algo semejante, caminaba tres kilómetros y medio o más si era preciso con tal de obedecer la regla y no pasar por donde se me indicaba que no lo hiciera. En ese entonces (y aún hoy) entendía que las reglas están ahí por algo, para hacernos la vida más fácil a todos, y quebrantarlas nos lleva al caos, al desorden.

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No preocuparse por la educación propia y de los hijos culmina en eso, en una parálisis del desarrollo y progreso de la persona. Por eso vemos a los pelados del barrio ser eso toda la vida (discúlpenme por favor por usar palabras clasistas..., no soy clasista, pero sí un tipo algo animoso).

Reitero, el tiempo solo no cambia a nadie. Es el ambiente culto más el tiempo aquello que cambia a las personas. Si leemos constantemente existen altas probabilidades de que las ideas recuperadas germinen en nuestra cabeza, y con el tiempo enraicen lo suficiente para modificar nuestra conducta. Sin eso, sin libros principalmente, estamos perdidos. Sin libros no dejamos de ser lo que somos por nacimiento, animales que saben hablar.
Mucho importa a quiénes oye cada quien todos los días en casa, con quiénes habla desde niño, cómo hablan los padres, los pedagogos, también las madres.
Esta frase lapidaria de Bruto (un orador romano) es la clave. En resumen, y con esto finalizo, hay que hacer lo posible porque nuestros hijos se críen en ambientes lo menos vulgares posibles (nosotros como padres debemos limitar nuestra vulgaridad al mínimo frente a nuestros hijos mientras éstos son aún pequeños). De otra forma, criaremos a nuestros hijos como perdices, patos o perros que sólo gracias a la bondad de Dios aprenderán a hablar.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Los más "llegadores" en la literatura: Rusia

Recuerdo cómo hace años me puse de pié frente a mi librero y, casi por azar, tomé la primera obra que alcancé con la vista. Al leer el título se formaron en mí expectativas bastante altas, ya que la obra tenía renombre histórico. El libro resultó tan apasionante que leía varios capítulos al día. Una vez que terminé con 2/3 partes de la obra, decidí racionar su lectura y leer tan solo un capítulo a la vez, es decir, un capítulo diario. ¿Por qué? Porque no quería que llegase el día en que abriera el libro y no tuviera más para leer.

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Pero el tiempo no perdonó y no quiso mantener mi estado de cosas: ese libro y yo contra el mundo. Cuando mis dedos dieron vuelta a la última hoja resultó que no había más palabras, ni una sola; las hojas habían terminado, y me dije: «¿Pero, y lo demás? Si esto no ha terminado, ¿dónde quedó el resto de mi libro?». Finalmente, con tristeza decidí cerrar la tapa de la obra, resignándome a no encontrar más que el inútil colofón con los datos del editor.

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El autor de ese libro pintó a los personajes de tal modo, tan crudamente, que pensé que el personaje principal era yo, yo mismo, hundido en la miseria. Llegué a identificarme tanto, que al comenzar la última tercera parte tenía cierta esperanza de ver morir al personaje principal, atacado por las manos vengadoras de un desconocido, o quizá por sus propias manos, en un suicidio que terminara con la vida de ambos, de él mismo, Raskolnikof, y yo.

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Creo que pocos son los libros que marcan verdaderamente a las personas. Esos libros son como hechos ad hoc para nosotros. Son libros que sin conocernos cuentan nuestra historia.

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La expresión llegador (o en este caso, llegadora) probablemente no sea entendida por alguien no hispanohablante, por ejemplo un ruso. Significa aquello que mueve en lo profundo a una persona, es decir, aquello que le viene o llega con fuerza. En este sentido, Dostoievsky dijo en boca del tipo figurante en las ilustraciones de arriba:
¡Y entonces iré por mi pie al suplicio, porque no tengo sed de alegría, sino de dolor y de lágrimas!
Dostoievsky es el escritor de esta semana. Un autor que pone trémulos a sus lectores, los cuales se ven teñidos de tristeza por los rayos dostoievskyanos que hieren todo cuanto les rodea. Crimen y Castigo, nada más que decir.

domingo, 4 de diciembre de 2016

La lengua mata más que una pistola

La experiencia diaria justifica la idea de que una buena parte de las acciones pacíficas de las personas no nace de ningún noble sentimiento de probidad, sino 1) de la indiferencia que se tiene por los demás, 2) de la cobardía, o 3) del temor a las consecuencias judiciales.

En general las personas respetan la propiedad ajena o la castidad de las mujeres, porque o bien no les interesa hacerse de estos bienes, porque son cobardes o porque temen ir a la cárcel. Thomas Hobbes dijo una vez que la pasión que inclina al hombre a la paz es el temor a la muerte.

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Tan cierto es que los hombres no alteran la paz pública porque son obligados por aquellas 3 razones, que allí donde se saben libres de todo castigo, dejan de reprimirse y exteriorizan los deseos que atentan explícitamente contra la paz social. Como ejemplo de esto está la intolerancia, la insidia, la traición, el racismo, la burla, la hipocresía, la injuria, etcétera, etcétera; todas cuyas expresiones no son ni han sido perseguidas nunca realmente por la ley.
El hombre [dijo Freud alguna vez] no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad.
Estas expresiones de la maldad humana (la insidia, el chisme, la traición, etc), bien pueden parecer irrelevantes e incluso menudas comparadas con las expresiones más agresivas de la maldad, como el asesinato, el robo y la mutilación. Sin embargo, en algunos casos estas manifestaciones están muy lejos de ser irrelevantes o sutiles para las personas que las sufren. Tanto, que algunas personas preferirían mil veces padecer  una mutilación o ser objeto de un robo con violencia con tal de no ser objeto de aquellas villanas expresiones. De aquí la verdad de la sentencia latina: mucho más cruelmente hiere la lengua que el hierro.

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Para finalizar, quiero citar una frase increíble de William Hazlit, que puede resumir de una manera brillante lo que he querido decir en este post:
Renunciamos a la demostración exterior, a la violencia bruta, pero no logramos eliminar la esencia o principio de la hostilidad. No aplastamos de un pisotón [a un] pobre bicho (cosa que nos parecería bárbara y reprobable), pero lo miramos con… horror y… repugnancia.
Crestomatía. http://sesionesmabelita.blogspot.mx/

Quizá hoy se permita a los negros y mexicanos el acceso a las cafeterías de los pueblos estadounidenses (hubo una época en que tal cosa no sucedía). Pero la repugnancia sigue estando ahí presente (en la lengua y ojos de las personas), tan presente que Donald Trump es hoy el candidato electo a la presidencia de nuestro ilustre vecino del norte.