domingo, 28 de enero de 2018

Movimiento Ciudadano y su canción pegajosa

Movimiento Ciudadano es un partido político mexicano que, al igual que el resto de los partidos en este lamentable país, ya están en plena pre-campaña electoral. Este partido, a diferencia del resto, no propone nada, no dice nada, no habla..., no nada. Lo único que hace para promocionar su presencia de cara a las elecciones federales, es reproducir por todos lados (radio, televisión, internet) una canción, una inútil pero pegajosa canción, y nada más.

Como se ve, la intención clara de este partido es que el electorado (y sobretodo el menos informado y carente, que es la mayoría) llegue a las urnas con la canción tarareándole en la cabeza, esperando que el tin-tan de la melodía se haya instilado lo suficiente en los ciudadanos para elegir a dicho partido en la boleta electoral.

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Creo que ni siquiera el Partido Verde, ese partido político inútil y desgraciado, ha llegado tan bajo como el de Movimiento Ciudadano. El Partido Verde al menos tenía propuestas, todas ridículas o  bien contrarias a su ideología y constitución, pero tenía, y eso, como quiera que sea, ya era algo.

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Movimiento Ciudadano, como decimos, no tiene más que una canción, la cual, para no variar, viola tanto los derechos de autor de la melodía como los del propio niño indígena que aparece en el video musical: a pesar que el Tribunal Electoral prohibió explícitamente que aparecieran niños en los spots electorales, el video sigue apareciendo una y otra vez en televisión pública, como si no hubiera ley, como si este país estuviese hecho de cartón.

Esto, nada más, es el principio. Ya iremos contando el resto de trapacerías y obscenidades de poca monta de que son capaces los partidos políticos mexicanos para alcanzar su meta, que, por supuesto, no es más que el bien de la nación.

domingo, 21 de enero de 2018

Increíble lo que me pasó en el Metro

Durante casi toda mi vida el Metro de la CDMX fue mi principal medio de transporte. Por tal razón llegué a conocerlo digamos muy bien, incluso cosas que hubiera preferido no conocer.

El Metro tiene muchas cosas de las cuales uno podría incluso enorgullecerse, pero también otras que son totalmente repulsivas, como los vagoneros o varilleros. Éstos son personas que venden cosas dentro de los trenes.

En su tiempo, no podías dar 3 pasos sin encontrarte con una de esas personas, lo llenaban todo, estaban por todos lados, y los peores eran los que vendían música: cargaban una bocina gigante en la espalda y reproducían a todo volumen los discos populares, que como es de esperarse no era más que música vulgar. Como siempre, existían pasajeros que sin pensar un poco en lo que hacían, como los animales, compraban la mercancía a esos vendedores, con lo cual perpetuaban más y más el comercio terrible en el Metro. Pero también existíamos los que no comprábamos nada y censurábamos la existencia de esa clase de comercio en el Metro de la Ciudad de México.

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Pero en fin, creo que estoy yendo por donde realmente no quería ir. El viernes pasado, 19 de enero de 2018, y después de bastante tiempo de no viajar en Metro, quedé ciertamente asombrado por dos cosas:
  1. Casi no había mercaderes dentro de los vagones. ¡Y bocineros, ni uno solo, ni uno, cuando antes los encontrabas a montones, como las cucarachas en las cocinas de los Sanborns!
  2. Pero si lo anterior fue algo que rebasaba toda lógica, hubo algo aún más sorprendente: las autoridades del metro pusieron señales en el piso de los andenes que indicaban dónde el tren abriría sus puertas y dónde los pasajeros que esperaban deberían ubicarse para no estorbar la salida de quienes intentaran descender de los vagones. Pues bien, yo llegué al anden y me paré donde las señales me indicaban que lo hiciera; pasó un rato y la gente comenzó a acumularse. Para cuando llegó el tren, la locura total se había apoderado de las personas que, como yo, esperaban la llegada del transporte: todos respetábamos las señales puestas en el piso del andén, ¡y la gente se acomodaba de tal modo que permitían salir a los pasajeros dentro de los vagones! ¡Esto era una locura jamás vista! Antes, cuando no existían esas señales, todos nos parábamos justo por donde el tren abría sus puertas, impidiendo casi en su totalidad la salida cómoda de los pasajeros viajantes, para que, sin importarnos si los otros querían salir, nosotros lográramos entrar lo más rápido posible y no perder nuestro lugar sin respetar a nada ni a nadie.
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No muchas cosas funcionan bien en la Ciudad de México, pero ya veo que hay una que ha dado resultado, aunque sea una pequeñita, casi insignificante.

domingo, 14 de enero de 2018

Los animales en el reino de los cielos

Si definimos alma como aquella cosa que piensa, imagina y siente, es evidente que animales y seres humanos tienen alma. Entonces, aquí la cuestión no es la de preguntar si los animales tienen o no un espíritu, sino la de si su alma va al Cielo, por ejemplo a aquel en el que piensan los católicos.

En su tiempo, Voltaire pasó por ser un descarado, un boquiflojo. Uno de los temas que abordó con cierto descaro en sus Cartas Diabólicas, digo, en sus Cartas Filosóficas, fue precisamente el tema del alma en los animales.

Voltaire dice que por mucha diferencia que haya entre el hombre más estúpido y un genio como Isaac Newton, nadie, nadie se atrevería a decir que hay más alma en uno respecto del otro, o que uno es más ser humano que otro. De tal modo que en ambos casos el alma es la misma, y la diferencia sólo está en las capacidades que cada quien tenga.

Crestomatía: http://animalcare.com.mx
Pues así las cosas, si vemos que los animales tienen órganos para sentir como nosotros, para sentir cariño y sentimientos muy parecidos a los nuestros, capacidades para trabajar y resolver problemas de cierta complejidad, etc..., si los animales tienen un alma que hace todo esto, ¿por qué razón sólo el alma de los hombres iría a parar al Cielo, y no la de esos otros animales?

Según Voltaire, la única diferencia que hay entre el alma de los animales y la de los seres humanos, es de más o de menos, justo igual que la que hay entre el hombre más estúpido y el más genio. Los animales podrán ser en general menos inteligentes que incluso el más tonto de los seres humanos; igualmente podremos encontrar en los animales un montón de conductas reflejas en las que no hay mediación del pensamiento, pero todo ello no tiene ninguna relación con el hecho de que su alma sea menos alma que cualquiera otra.

Crestomatía: https://www.seamosmasanimales.com
Ahora, si pensamos que sólo los seres humanos entramos al reino de los Cielos, termina Voltaire, es sólo por el orgullo humano que nos orilla a separarnos del resto de los animales; no porque haya una razón que ubique al ser humano en una especie tal que no tenga ninguna relación, ninguna, con el resto de animales.

domingo, 7 de enero de 2018

Dios no se dignó a crear el mundo

En un post anterior hablamos sobre cómo las obras de Dios resultaban más bien decepcionantes si las contrastábamos con el poder y fuerza que usualmente atribuimos al Señor; descubriendo la mano de un Dios algo torpe más bien que de uno sabio y tremendamente capaz.

Sin embargo, si hacemos caso a los platónicos y gimnosofistas, quizá no sea necesario concluir en un Creador mediocre por el simple hecho de que en este mundo se muestren obras inconclusas y defectuosas.

Los gimnosofistas (pensadores hindúes) entendían que Dios mismo no se había dignado en crear al mundo y al hombre, sino que dió esta tarea a sus oficiales subalternos, por llamarlos de alguna manera; de modo que estos últimos cometieron en su obra un montón de torpezas que devinieron en lo que conocemos: un mundo lleno de contrarios, bellezas por un lado pero aberraciones por otro, asesinatos terribles y nacimientos gloriosos, muestras claras de los más nobles sentimientos pero muchas más muestras de depravación e inmoralidad.

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La cosa aquí es que si adoptamos esta otra historia, que sin duda suena bastante plausible, dejaríamos de creer en la verdad de las Sagradas Escrituras, que nos informan la idea de que Dios en persona se encargó de la creación del mundo. Cualquiera que sea el caso, si es que uno de ellos lo es, tenemos ya al menos dos sabores para escoger..., ¿Quién da más?

Ahora, finalmente, me parece que la mejor postura que podríamos tomar es aquella que se aleje del dogmatismo y la tradición, pues las ideas que no admiten variantes y posibilidades, no conducen a la verdad sino al conservadurismo, que por mantenerse fijo en su intolerancia hacia otras posturas, se estanca y pudre como las aguas quietas de las que nacen insectos peligrosos.