domingo, 11 de marzo de 2018

Traición y pecado

La gente ordinaria, digamos aquella con la que nos topamos en la calle, podría ser considerada simplemente culpable, o simplemente ladrona, cuando comete una falta a la moral. Pero la gente que tiene cargos públicos sale de esta categoría y por tanto es doblemente culpable y doblemente inmoral cuando comete cualquier falla que atente contra los principios que debería guardar como servidor público. ¿Por qué?

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Los parroquianos con cargos públicos no son personas individuales, como tú y yo, son personas públicas, personas que por su mismo cargo se vuelven personas de todos o para todos; y en este sentido adquieren una responsabilidad sobre el pueblo al que se deben. Si, por ejemplo, una persona pública roba dinero de las arcas del Estado, no roba como quien hurta algo de un mercado sobrerruedas, roba como quien le roba a su propia madre, a su misma familia.

Una persona en esa situación está en el mismo contexto que aquella otra que engaña a un amigo: no sólo miente sino traiciona. Si en este último caso no fueran amigos, bueno, sólo se le culparía de mentiroso, pero en cuanto lo une la amistad con aquel a quien engaña, la culpa va por doble vez.

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En resumen, en muchos casos, como se puede ver, cuando la mayoría de nosotros cometemos una falta a la virtud, robando, insultando, engañando, etc., al cometerla cometemos otra, multiplicando por dos el vicio que sale de nosotros. Cualquiera diría que a nuestro ser no le basta con sólo faltar a nuestros amigos y seres que queremos, sino que además necesita traicionarlos, como los negros animales que somos.

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